viernes, 21 de diciembre de 2012

Florencio Domínguez.

Durante su vida activa trabajó de electricista.
Después de su jubilación, vivió en la finca de su familia en El Rosal y allí,
además de ser feliz con las pequeñas cosas, se ocupó de su huerto y
aprendió a enamorarse de los animales.
No me cabe la menor duda de que fue un ser inmensamente feliz disfrutando del sol y de la lluvia.
Mi padre ha sido un ejemplo de buena persona y, de como ser feliz sin ambición alguna,
acaso haber vivido unos cuantos años más....
Florencio solía comentar entre el vecindario :
« Cuando veáis un perro paseando por esta finca,
pensad que ya estoy muerto ».
Esto lo decía antes de conocer a la perrita que le hizo perder todos sus sentidos
y a la que todos hemos podido sorprender diciéndole zalamerías como:
« pachuchiña, ay pachuchiña !!! », él que iba para vaquero duro tipo John Wayne
y se quedó en amo de un huerto y de unas tierras que amaba más que a su vida.
Y no sólo fue la alegría de su perrita a la que mimaba en exceso a escondidas,
sino que sembró entre sus paisanos un ejemplo de vida,
donde sólo cabían la honradez y la transparencia,
y un perdón infinito hacia todos aquellos que no supieron quererle. 

Marina Domínguez

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