domingo, 18 de agosto de 2013

D. José María Ruiz Sandoval
Cuenta su hijo Pedro, médico de profesión, que su inmenso amor por la lectura
se lo inculcaba su padre de un modo, quizá, premeditadamente inconsciente.
D. José María tenía la costumbre de leerle por las noches a su mujer,(curiosamente, cuando lo normal es que se lea un cuento a los niños y se duerman) y parece ser que la voz armoniosa y continua de la lectura, como susurro del pasillo o de otra habitación, atraía a los hijos, como pequeños enanitos de Blanca-nieves acudía a oir a través de la puerta, sin hacer ningún ruido, las historias que salían de las manos de su padre. Este gesto tan amoroso de leer a su mujer, se convertía en medicina cuando ella estaba enferma y entonces la lectura del marido era más necesaria, pero en ese caso las puertas se abrían y los pequeños podían acurrucarse a los pies de la cama de su madre enferma y oir la lectura del padre, ahora no a escondidas sino con todo el protocolo y el beneplácito del acto de la lectura, quizá pensara su padre: estos niños que atentos están por respeto a su madre enferma, pero también quizá supiera que ellos ya espiaban la lectura detrás de la puerta del dormitorio, secreto que los hijos guardaban entre si pero que quizá el padre compartía en silencio sabiendo que ese secreto les iba a dar mucha felicidad en sus vidas.
José Antonio V.A.
Era el niño del barco en Pontedeume, con tan solo 8 años tenía la misión dada por el capitán
de la embarcación de avisar al resto de marineros para salir a la mar, a las faenas de la pesca,
él le regaló un gorrito roo, que siempre se ponía para cumplir su misión
una noche le tocó hacer de avisador a las cuatro de la mañana,
unas horas un tanto tardías, pero el niño salió  a cumplir su tarea
no sin un cierto miedo por las sombras de la noche,
de hecho antes de llegar a la primera casa de uno de los marineros,
 tenía que pasar por una estrecha callejuela
y ahí justamente se enganchó el gorrito en una rama de una trepadora
y con el susto en el cuerpo de niño se volvió corriendo a su casa,
pensando que algún tipo de ogro le robara su gorrito rojo, enseña de trabajo de despertador,
aquella mañana a las ocho estaba el capitán y su barco y ni un solo marinero.
El padre Marín de los Redentoristas
en la Plaza del Temple en Valencia,
le contaba a una señora que un compañero de la orden oía unas voces en la iglesia del edificio
que tienen los redentoristas, un día fue a comprobarlo si era cierto,
aquella señora afinando el oído se dio cuenta  que por allí pasan los taxis y a veces,
sus conductores  van hablando por la radio o con algún compañero y se paran en el semáforo
y entonces la conversación se hace más larga, este repiqueo de voces se oía por el tejado
de la nave de la Iglesia, y por eso el compañero del padre Marín le parecía que cuando rezaba
allí arriba en la parte del coro, le respondían unas extrañas voces, no las de sus meditaciones
sino las de los profesionales de la conducción.
D. Rafael  Nuño de Huéscar,
visitaba a su familia en el pueblo,
y llamaba a su novia por teléfono cuando estaba fuera de Granada,
en esos años había una centralita en el pueblo con dos telefonistas
y un sistema de clavijas de los antiguos,  los usuarios iban a la cabina
y pedían línea con Granada o con cualquier otra ciudad y tardaba bastante
en producirse esa conexión, él mientras hablaba con la telefonista,
que era muy guapa, a consecuencia de esas esperas y al cabo de muchos
meses de conversación con la telefonista, acabaron haciéndose novios,
y se casaron.
Juan Martínez Olmo,
cuenta de él su hija, Adorilla ,
que no llegó a conocerlo y por lo tanto no  pudo hacer la tarea de padre y criarla, en definitiva no tuvo padre. Pero sabe que su padre estuvo de mayoral en una familia cuidando tierras y haciendo otras funciones, con la familia de Don Conrado Iriarte. Juan  también cuidaba de la hija de los Iriarte,
la tomaba en brazos como a una hija, y la mimaba, Adorilla cuenta esta faceta maternal de su padre al que no conoció y le  echaba de menos y que no pudo disfrutar de él, pero todo eso si lo hizo la hija de otra familia a la que Adorilla si conoció.

D. Francisco Valero Llorens, el truco de chocolate en casa

D. Francisco Valero Llorens.
Era maestro en Burjasot, profesión que alternaba con la de chocolatero,
compraba las materias primas de Guinea Ecuatorial, antigua colonia española,
cacao azúcar etc. Llevaba su cargamento de materiales por los pueblos y
las casas fabricando los pedidos en el sitio, le pedían tantos kilos de chocolate
y él en un rato sacaba su mortero mezclaba los ingredientes y entregaba el
pedio en la misma casa. En uno de esos viajes trabajando le acompaño su mujer
que ya en estado tuvo que parir fuera de su casa en la de uno  de los clientes del chocolate.
Pasado el tiempo se estableció en un obrador donde adquirió una  piedra especial para
moler el cacao, de forma curvada y con un rodillo de madera iba haciéndolo más fino
junto a los otros ingredientes, pero el truco final de su buen chocolate era poner por debajo
de la piedra de moler colocaba un lata con brasas para calentar al mismo tiempo la mezcla
y así formar el rico chocolate.

Doña María Torrecillas y el lobo de María


Doña María Torrecillas.
Madre de mi abuela Escolástica Gázquez, trabajaba en los tareas del campo de la Sierra de María,
 un día regresaba del campo al atardecer en su mula, cuando vio como la sombra de un animal le seguía
por la orilla del camino, pensó en un perro pero cuando oyó sus gruñidos y se giró y vio a un lobo de
 pelaje gris, de un respetable tamaño, viendo el sigiloso seguimiento del animal y que se posicionaba
en la parte alta de la cuneta pensó que podía ser cuestión de segundos que este atacara a la mujer,
ya mayor y aparentemente desprotegida, por eso sin pensarlo se sacó las dos alpargatas se las ató
en el brazo derecho, y con la mano izquierda abrió la navaja que llevaba en el bolsillo,
bajo ágilmente del burro y rápidamente provocó al lobo para que este se decidiera a lanzarse,
con su brazo derecho rodeado del esparto de las zapatillas se llevó la dentellada del feroz animal,
pero con el izquierdo le hico el cuchillo en el cuello, ahí quedo el lobo con su prepotencia y astucia,
no pudo ante la estrategia de una vieja que se mantenía ágil. Así Doña María entro en el pueblo
que lleva su nombre con un lobo como trofeo a lomos de su burro, para asombro de sus
conciudadanos. La piel del lobo la tuvo muchos años mi abuela sobre un sillón de su casa.
 

D. Miguel Martínez García. Un balcón para dos actividades


D. Miguel Martínez García

De Galera , en este pueblo vivía, y tenía un cerro de roca caliza, mineral del cual se obtenía el yeso, también cerca de aquel cerro tenía cultivos de la huerta, y su casa tenía un balcón que daba a ese paraje; diríamos que cuando se asomaba al “balcón del control” veía dos actividades empresariales simultáneas,  como iban los carros de los yeseros a por rocas para molerlas y sacar el yeso con el cual los albañiles se ayudaban para construir casas, que por cierto la yesería estaba en Huéscar, y como en la huerta trabajaba su ayudante recogiendo cebollas o tomates o haciendo otros cuidados.

ahí llega el Hilario

Hilario
Era pescadero en Huéscar, el único en ciertas épocas, traía el pescado de Garucha en Almería,
en carros repletos de hielo por la noche, para anunciar a los del pueblo que había pescado fresco,
lo anunciaba contratando un pregonero. “ aviso al público que acaba de llegar sardina fresca a dos reales
el kilo”. El tal Hilario eran de una proporción desmesurada de cintura
y de un peso que desfondaba al motocarro que conducía,  cuando llegaba la Semana Santa,
 todo el mundo miraba a ver si le reconocían, los familiares o amigos tras el disfraz de nazareno,
por eso siempre en las procesiones hay cierto cuchicheo: “ahí va fulanito o menganito”,
pero cuando veían aparecer el doble calibre, de la sombra de un nazareno muy especial,
todos decían sin recato:  “ahí llega  el Hilario”, como si fuera un paso de la semana Santa de todos los años.


Ciroleto,

Cuenta doña Soledad Ambel que este señor tenía el trabajo de encender un interruptor de tamaño especial, para dar la luz en el pueblo, este interruptor estaba en la plaza del pueblo y al atardecer se acercaba con un palo muy largo acabado en un clavo de hierro con e que accionaba el interruptor, mientras todos los niños miraban aquel prodigio del encendido.